jueves, 13 de enero de 2011

Ardentia Verba

Y es que hay palabras que queman.

En estos días, y a raíz del contratiempo experimentado por la “Ley Sinde” (que Dios tenga en su Gloria - lo antes posible, por favor), nos hemos visto inundados de declaraciones del gremio de juglares– curiosamente, todas en “El País”, en lugar de en “Público”; parece que estén haciendo apuestas de cara al futuro – con perlas inolvidables como las de Javier Bardem (“Dejémonos de estupideces: eso es robar”) o las de Alejandro Sanz (“proxenetas de las canciones robadas”). Pobreticos, se ve que les ha sabido mal.

Yo entiendo que, con los excesos propios de estas entrañables fiestas navideñas, a uno se le caliente la boca y acabe soltando venablos como robles, pero creo que es menester aclarar algunos conceptos básicos.

Que no es lo mismo el robo, que el hurto, que la cesación de lucro. Y es el lucro cesante lo que reclaman nuestros juglares.



Permitidme ilustrarlo mediante una sencílla parábola. Imaginad: Galilea, hace poco más de dos mil años. Es de noche. Y, sin embargo, llueve.

Robo es el apropiarse por la fuerza (o mediante amenazas de violencia) de un bien ajeno. Polejemplo, si un pastorcillo del Belén se va para Baltasar y, esgrimiendo un bastón, le conmina a entregarle la mirra so pena de recibir un garrotazo en la cabeza. Resultado: El pastorcillo se queda con la mirra, Baltasar se queda sin ella, y el Niño Jesús se pone triste. Eso es robo.

Hurto es apropiarse sin violencia de un bien ajeno. Si Baltasar, para no quedar mal, aprovecha un descuido de Gaspar para guindarle el incienso, eso es hurto. Resultado: Baltasar regala al Niño Jesús el incienso, y Gaspar queda como el culo ante San José y la Virgen.

Pero la cesación de lucro es otra cosa. Siguiendo con el ejemplo, Melchor, después de seis meses cruzando el Oriente a lomo de camello, siente unas urgencias completamente comprensibles (y es que, contrariamente al acervo popular, hay cosas para las que un camello no sirve) y no desea gastarse el oro del regalo en putas (algo difícil de explicar a los padres del Niño). Así que se va para María Magdalena, se baja los pantalones ante ella, y se hace una paja. Resultado: Melchor ha saciado sus ansias, y María Magdalena no ha perdido nada - simplemente, ha dejado de ganar un dinerillo. Eso es cesación de lucro.

Y hete aquí que María Magdalena reclama a Melchor el lucro cesante: el dinero que ella habría obtenido de haber contratado Melchor sus servicios.

Con el agravante de que los pastorcillos han observado la jugada de Su Majestad, y todos se apresuran a aliviar sus ardores de la misma forma. Con lo que María Magdalena ve seriamente mermados sus ingresos – ya sólo le quedan las subvenciones obtenidas del Rey Herodes – y el Belén queda mayormente hecho un asco, que entre los pastorcillos y el caganer aquí no hay quien pise.

Visto esto, el Rey Herodes impone un canon compensatorio por orgasmo privado, imponible a cualquiera que posea genitales manipulables, destinado a indemnizar a las hetairas por los dineros que – hipotéticamente – podrían haber ganado de haber tenido como clientes a toda la población de Galilea.

Y no contento con ello, Herodes – por mediación una de sus consejeras, antigua compañera de trabajo de María Magdalena – presenta una ley prohibiendo el onanismo, bajo pena de castración al tercer aviso.

De momento, el Sanedrín no ha aceptado la ley, pero todo se andará. Que entre fariseos, saduceos y herodianos, vamos aviados.